Ximo García Roca
23 de octubre de 2020
Amigas y amigos. Estoy feliz y agradecido de encontrarme en línea con quienes hemos compartido la pasión por la cooperación y la solidaridad entre los pueblos, con sus sueños y búsquedas, con sus luchas y sus dudas, con algunos cansancios y con algunas canas blancas y arrugas de más. Gracias por este regalo absolutamente inmerecido que me permite encontrarme con amigos y amigas de El Salvador, Argentina y México. Intentaré empalabrar las oportunidades y capacidades en este momento, tiempos de incertidumbre, de zozobra y oscuridad. Como siempre sucede, en la oscuridad es cuando se iluminan las pequeñas estrellas. Y cuanto más oscura es la noche más se ven las constelaciones y los planetas. Incluso se ve lo que no se veía a la luz del día. Y lo primero que hemos visto tras escuchar las palabras de Ana Miriam es que se puede estar de pie, aunque estemos rodeados de escombros.
En la cooperación como en la vida necesitamos faros y candiles. El faro ilumina el horizonte y proyecta la luz a lo lejos, es la salvación para los náufragos en alta mar; el candil ilumina los pequeños pasos y se desplaza con el caminante. La humanidad se ha quedado sin grandes faros con respecto al desarrollo de los pueblos. “Un proyecto con grandes objetivos para el desarrollo de toda la humanidad, -como fue la Declaración del Milenio o la más reciente 2030, hoy suena a delirio. Aumentan las distancias entre nosotros, y la marcha dura y lenta hacia un mundo unido y más justo sufre un nuevo y drástico retroceso” (Fratelli tutti n. 16). La pandemia sanitaria global ha acentuado la condición terminal, o como diría el poeta Rilke, que vivimos en situación de despedida.
Nos quedan los candiles que se han ido creando por una multitud de mujeres y hombres creadores y soñadores, que en estas Jornadas están representadas por la Asociación Amanecer Solidario -ASOL-. Y las historias de vida dañadas de las personas que vivieron de cerca el sufrimiento provocado por la COVID-19. Las personas que sufren son hoy los portadores de una esperanza para toda la humanidad. Ellas saben del sufrimiento injusto, causado por un sistema económico que expulsa, por una sistema político, nacional e internacional, enredado en la lucha por intereses particulares, por un sistema sanitario incapaz de salvar vidas, y por un sistema cultural que confunde lo esencial y lo secundario. Las personas vulneradas son hoy los portadores de gérmenes de otra historia, aunque estén encapsulados como los brotes en invierno. Estoy convencido que ha sido el Papa Francisco, quien en su reciente encíclica Fratelli tutti, hermanos y hermanas todas, ha sabido empalabrar el faro y el candil. Las vidas dañadas por la crisis y el documento exploratorio sobre la fraternidad nos sirven de guía.
La primera y más potente energía solidaria, que se ha evidenciado en la pandemia, es que estamos todos en la misma barca, vinculados y entramados unos con otros. Una persona se come a un murciélago a miles y miles de kilómetros y el virus se extiende en horas por todo el mundo, y ahora confiamos que en algún rincón del planeta aparezca una vacuna que se extienda igualmente por todo el mundo. Nosotros ya sabíamos que existía el virus de la pobreza, del hambre, de la destrucción de la naturaleza que afectaba a todos por igual, pero éramos una minoría. Ahora ricos y pobres, salvados y hundidos sabemos que el estatuto social de la realidad es la vinculación, el nexo, la interconexión. De modo que vivir humanamente es ir creando nexos, eslabones, vínculos, lazos. Hoy sabemos que o hay salud para todos o no habrá para nadie. O hay vacunas para todos o nadie quedará libre del contagio. El señor de la casa puede librarse del virus, pero si no se libra su chofer o su asistente domiciliario, de nada le sirve quedar inmune.
Esta conciencia de la conectividad arroja luz sobre algunos dilemas que han pesado sobre la cooperación realmente existente.
Un primer dilema dividía el espacio social entre lo “cercano y lejano”. Las cooperantes escuchábamos con frecuencia ¿por qué ocuparse de lo que está lejos, cuando estamos rodeados de pobrezas, zonas marginales, vidas dañadas? Hoy sabemos que la solidaridad no entiende de cercanos y lejanos, sino que quien se deja interpelar por lo cercano e inmediato, descubre que hay una comunión entre derrotados, una vinculación entre lo vulnerado, y experimenta que solo hay un cuerpo y una sangre hermana que corre por las venas abiertas de la humanidad.
La pandemia ha ayudado a resolver otro dilema entre “lo urgente y lo necesario” que ha pesado sobre la solidaridad. En carta a los líderes mundiales Francisco les escribía una carta animándolos a planificar el destino del mundo. Y les decía: es necesario que Ustedes lo hagan, pero hoy pueden salvar a 30.000 niños que morirán por desnutrición. Si lo primero es necesario, lo segunda es urgentes. Estos días oímos decir que es necesario salvar la economía, el bienestar y la producción, pero los cooperantes decimos es urgente evitar que nadie muera por el COVID-19. Entre la economía y la salud no hay ninguna alternativa, la hay entre lo que es necesario y lo que es urgente.
Así mismo en la pandemia se ha superado la dicotomía entre lo real y lo virtual. Cuando unos hijos mandaban un video a los ancianos confinados, o unos hijos saludaban a sus padres a través de un mensaje, tanto el mensaje como el video que pertenece al mundo virtual se consideraban reales, tanto que eran capaces de cambiar a las personas. La tecnología de la comunicación amplia el mundo de la solidaridad al permitir experimentar como real lo que es virtual. En lo personal, comparto mi vida con una familia de Nicaragua. Y todos los días le dedican tiempo de repaso a su hija. Lo virtual es más real que lo físico.
Nuestra cooperación está varada por el dilema entre “medios y fines”. En la última década observo una gran preocupación por los instrumentos, por los proyectos, por las subvenciones, por los medios, y hay un eclipse de los fines, de los para qué, por la justicia, por la igualdad, por la fraternidad universal, por la vida. Hace unos días, sin ir más lejos se solicitaba la participación de los ciudadanos en la Elaboración del Plan de Cooperación que regirá la cooperación valenciana para los próximos años ¿Saben Uds. qué eligió la Coordinadora valenciana de ONGD? Ocuparse de los instrumentos de la cooperación. Me dio mucha pena que interesen más el reparto de las subvenciones que la meta de la cooperación ¿Quién mantendrá viva las utopías sociales, aquello por lo cual vale la pena vivir y morir? Mientras nos ocupamos de lo nuestro, el incendio devora los ideales. Qué diríais, preguntaba a los periodistas, de un médico que ante un accidente grave se preocupe por el colesterol.
La estructura de red supera el dilema entre lo cercano y lo lejano, entre lo necesario y lo urgente, entre lo real y lo virtual, entre el centro y la periferia y abre grandes capacidades para la Cooperación. En la red, que no tiene forma “de esfera sino de poliedro, para significar que todos encuentran un lugar”, no hay centro ni periferia, quien ayuda y quien recibe, no hay quien habla y quien escucha, quien sabe y quien no sabe. Todas damos y todas recibimos según las capacidades que tenemos personales y colectivas. No hay nadie quesea tan pobre que no pueda dar algo, ni tan rico que no pueda recibir algo. “Tenemos necesidad de descubrir las riquezas de cada uno, de valorar lo que nos une, y ver las diferencias como oportunidades de crecimiento” (n 134) “Tenemos necesidad de confiar en las reservas de bien que hay en el corazón del pueblo, a pesar de todos” (n. 196) Y “superar la idea de unas políticas sociales hechas hacia los pobres, pero nunca con ellos, nunca desde ellos y mucho menos desde un proyecto que reunifique a los pueblos” (n. 169) Imagínense un mundo abierto que veamos cómo los último ayuden a los últimos. En la cooperación, todos seremos a la vez deudores y acreedores. Tan importante es preguntársenos que estamos dispuestos a compartir, como qué estamos dispuestos a recibir.
Y de este modo “el amor al vecino es el ejercicio indispensable para la integración universal” (n.151) se crea un vecindario global. En el interior de la pandemia se ha vivido el espíritu del vecindario: personas que no se conocían, aunque vivían pared por pared han vivido el deber de acompañar y ayudar al vecino. Quienes aportaban una canción, quienes una música, quienes compraban por quienes no podían salir, quienes mandaban un video con gratuidad, solidaridad y reciprocidad, a partir del sentido de un “nosotros” barrial. Desde esta experiencia propone Francisco vivir entre países construyendo una vecindad cordial entre sus pueblos. (n. 152).
Hay un relato evangélico que ayuda a comprender la trasformación de la proximidad en vecindad global ¿Quién es mi vecino? Preguntan los abogados a Jesús. “Aquel que ayudó”. Se ha creado así, lo que Francisco llama “el prójimo sin fronteras”, el vecino sin fronteras.
La solidaridad que se extiende más allá de las fronteras tiene en su base la amistad social (n. 99). La amistad social es un faro y un candil que puede iluminar la cooperación que viene.
El reconocimiento
Se apoya sobre el reconocimiento “El amor implica algo más que una serie de acciones benéficas implica considerar al otro valioso, digno, grato y bello, más allá de las apariencias físicas y morales” (Fratelli tutti n.94). Por esta razón la amistad social es inclusiva, no excluye a nadie.
En las historias de vida que hemos conocido en la pandemia hay un grito que solicita ser reconocidos. Lo han solicitado las personas enfermas acumuladas en los pasillos, las personas mayores que reclaman afecto. Hoy mismo, en la puerta de una residencia que se cerraba y se recolocaban en distintos centros, se decía: pero si aquí me querían, tengo a mis amigos, conozco a las enfermeras, son muy amables conmigo. Una de ellas gritaba, “Decidle a mi hijo que estoy aquí”.
La prueba del otro
Hay una cooperación que consiste simplemente en estar, en la forma más sencilla de estar, y al estar comprender las miradas, y al comprender modificar nuestras expectativas, y estilos de vida. “Mirándose a sí mismo con el punto de referencia del otro, de lo diverso, cada uno puede reconocer mejor las peculiaridades de su persona y de su cultura: sus riquezas, sus posibilidades y sus límites” (n.147). La cooperación no consiste en mirar al sur, sino en dejarse mirar por el Sur. “La conciencia del límite o de la parcialidad, lejos de ser una amenaza, se vuelve la clave desde la que soñar y elaborar un proyecto común. Porque «el hombre es el ser fronterizo que no tiene ninguna frontera” (n.150).
Lo contrario del reconocimiento es la humillación. No siempre se advirtió que detrás de los seres carenciados, hay personas que atesoran valores y habilidad, razonan, aprecian, sueña. Cooperar es decirle al otro <Tú me importas, tú vales. Tu historia puede ser tan verdadera como la mía>>. Y si tus historias y las mías se juntan, si vuestras capacidades y las nuestras se juntan, si vuestras heridas y las nuestras de juntan, haremos un espléndido tapiz.
Ciudadanía mundial
En el ámbito político, el nombre actual del reconocimiento son los Derechos Humanos; cada derecho humano protege una capacidad, la capacidad de comer y nace el derecho a una renta básica, la capacidad de hablar y nace el derecho de expresión, la capacidad de orar y nace el derecho a la libertad religiosa, la capacidad de trasformar y nace el derecho al trabajo. Todas las capacidades son importantes, pero hay una que nos apremia: la renta básica universal. Garantizar un mínimo a toda persona, viva donde viva, piense como piense.
Y con la renta básica, el reconocimiento de la ciudadanía plena global, que es la expresión política de la dignidad común y se basa “en la igualdad de derecho y deberes bajo cuya protección todos disfrutan de la justicia” (n.131). Esa justicia que vemos a diario golpeada en los inmigrantes, cuando los derechos dependen de un documento de ciudadanía y el trato administrativo condiciona su identidad personal y el papel en la sociedad de las personas que viven una doble ausencia.
Después de conquistar el derecho a la diferencia que nos sirvió para valorar los distintos caminos de los pueblos, la Cooperación que viene se basa en que tenemos algo en común. Lo que permite sentir con el otro, empatizar con sus alegrías y sus temores, con sus potencialidades y con sus heridas. Saber que “donde no llega mi mano, llega la de otro, lo que no sabe mi cerebro, lo sabe el de otro, lo que no veo a mi espalda alguien lo percibe desde otro ángulo” Vivir es en palabras de Francisco “experimentar el valor de vivir con rostros concretos a quienes amar” (n. 87). “El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su proximidad y hasta en algunos casos la “padece” (n.116).
Comunidad de co-implicados
Implicarse es hacerse cargo unos de otros, y como decía Ignacio Ellacuría es cargar con los otros y encargarse. Sentir, pensar y accionar desde la co-implicación nos lleva a ir siempre más allá, más allá de nuestros cansancios, más allá de nuestras fronteras, no son sólo físicas, ni geográficas ni jurídicas sino tabiques interiores que construimos para seguridad propia. “No se trata de dejar caer desde arriba programas de asistencia sino de recorrer junto un camino con las cuatro acciones: acoger, proteger, promover e integrar” (n.129).
Hace unos días presencie un desahucio; se presentaron unos funcionarios judiciales a cumplir una orden, y un inmenso grito decía: Pero si son Eduardo y María, unas personas mayores, si tienen un hijo discapacitado. El nombre era el escudo protector ante la ley. Aquellos funcionarios les trataban como ciudadanos abstractos iguales ante la ley sin consideración personal. “Si le pones nombre acabarás queriéndole” le decía un mendigo a su compañero que le reprochaba que no le llamara a su perro por su nombre.
Al decir los nombres se entraba en otro nivel de la solidaridad. Eduardo y María no son sólo ciudadanos ni solo productores ni sólo consumidores, son hermanos y hermanas, son de mi propia sangre, son cuerpo de mi cuerpo.
Y es entonces cuando podemos quedar afectados por la realidad no por la idea que yo tengo de ella, ni por la idealidad ni por la abstracción. La cooperación ha estado mucho tiempo afectado por la idea y no por la realidad. La idea se construye desde los despachos, la realidad baja a la arena oye, escucha, admira.
Esa realidad que se nos impone llevará a unos a trabajar por el cambio cultural, a otros a transformar políticamente el sistema estructural, a otros a defender a derecho o procurar por la inserción, a acompañar a vidas desahuciadas o cuidar de las fracturas de la tierra, a defender a los pueblos originarios. Ha nacido una conciencia de complementariedad recíproca, que lleva a conocerse, a intercambiar sus razones y experiencias, a enriquecerse mutuamente. “Porque el futuro no es monocromático, sino que necesita la variedad y la diversidad de lo que cada uno puede aportar”.
Y algo que todos podemos aportar es también el perdón; sin la experiencia del perdón que sana la vulnerabilidad y cuida la fragilidad no hay cooperación. Donde reina la autosuficiencia, se destruye el nosotros. Los autosuficientes nunca se sienten invitados a la vida. El mensaje más revolucionario de la historia de la salvación es que nadie queda fijado a su pasado. Sino que estamos siempre y a cualquier edad comenzando. Hemos nacido para comenzar. Vivir es comenzar Sólo el perdón que damos y el que recibimos nos hace capaces de enfrentarnos a la geopolítica de la impotencia que planea sobre el imaginario colectivo.
La cooperación solidaria es el arte de sentirse deudores. Lo recordaba Juan en una carta de despedida a su padre, muerto de COVID: “No puede ser, no te has podido ir, aun no, y así no. Quedar vencido por el maldito virus ¡No puede ser! Y le pide que “perdone a esta sociedad, por haber estado solo los últimos días y no haber podido darte la mano hacia ese viaje final. También perdone a los que, de una manera u otra, decidieron no trasladarte a la UCI del hospital 12 de octubre y haberte dejado morir en una oscura habitación, así, sin más”.
Cuando nos duela la injustica, el empobrecimiento y las desigualdades nos sentiremos deudores, y lucharemos contra las causas estructurales (n.116), y podremos anhelar “un planeta que asegure tierra, techo y trabajo” (n.127), como proponía Francisco a los movimientos populares. Pero sobre todo entenderemos que “La solidaridad es un modo de hacer historia” Los llamaron ilusos, románticos, pensadores de utopías. /Nosotros sólo sabemos que los hemos visto/sabemos que la vida los engendró/ para protegerse de la muerte.